Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA GENERAL DEL PERÚ



Comentario

Capítulo XXXII


De los hechiceros y hechiceras que usaban los indios

El oficio de hechiceros (con el cual parece que pretende el demonio restaurar, cada día, lo que en estas provincias va perdiendo, por la predicación del Santísimo Evangelio, y diligencia que los sacerdotes y ministros de Christo hacen, para acabarlo de desterrar de una vez, y extirpar y sacar de raíz esta mala simiente, que sembró en los corazones de estos miserables), antiguamente lo usaban y usaron personas bajas y de poca estimación, porque aún ellos mismos conocían de ellos, que era oficio bajo y vil el de hechiceros. Como tenían puesto sumo cuidado, que en la república no hubiese persona alguna ociosa ni baldía, era bien, que semejante oficio lo usase gente baja y desventurada, y así mandaron que los indios viejos y viejas, impedidos para otro ministerio, tuviesen éste, ya que su edad y necesidad no les concedía facultad para otro.

A todas las hechicerías, suertes, agüeros o adivinanzas había de preceder sacrificio grande o pequeño, según la causa y razón por que se hacía, y la necesidad que se ofrecía a la persona que lo pedía. De lo que les daban, se sustentaban los hechiceros, consumida en el sacrificio la parte que le bastaba. El modo que guardaban para instituir en el oficio de hechicero a alguna persona era, que hacían primero ceremonias de ayunar, el que lo había de ser por tiempo de un año más o menos; y en este tiempo se abstenía de ají y sal y de otras particulares comidas, y hacían diversas ceremonias y, con esto, quedaban graduados en este oficio tan vil e infame.

De este oficio de hechiceros hubo en este reino infinito número, y aun el día de hoy lo hay, y así como son muchos, así son muchas y diferentes las maneras y distinción de ellos. Unos hay diestros en hacer confacciones de yerbas y raíces, para matar a las personas a que las dan. De estas yerbas y raíces, unas hay que tienen virtud de matar en poco tiempo y otras, que se tardan mucho en hacer su efecto, conforme a la mezcla y confactu que hacen. Los que en esto se señalaban, eran más de ordinario mujeres y, en sintiéndose algún indio enfermo, y no sabía de donde le procedía el mal, acudía a estos hechiceros, para que dijesen el daño que sospechaban le habían hecho sus enemigos, y estos hechiceros les decían, que ellos les curarían. En las curas hacían mil visajes y supersticiones y, algunas veces con los que les daban para sanar, los mataban, que así suele acontecer, y así en este género de hechiceros y hechiceras eran temidos en general aun hasta de los caciques.

Otro género de esta gente había, que usaban de las hechicerías permitidas por sus leyes, pero siempre mezclaban con ellas cosas prohibidas y así, si el Ynga lo sabía, los castigaba con tanto rigor que a ellos y a sus descendientes quitaba la vida.

Otro modo había de hechiceros permitido por el Ynga, en cierta manera, los cuales eran como brujos, y tomaban la figura que querían, iban por el aire en brevísimo tiempo mucho camino, y veían lo que pasaba y hablaban con el demonio, el cual les respondía en ciertas piedras, o en otras cosas que ellos respetaban mucho. Estos servían de adivinos, y referían lo que pasaba en lugares distintos y remotos, antes que se pudiese saber o venir la nueva de lo que les preguntaban, y así en este Reino se han dicho alzamientos y motines y sucesos de batallas, en distancia de más de doscientas leguas y trescientas, el mismo día y tiempo, en que sucedían, o el siguiente, en que por curso natural era imposible. Para hacer estas abusiones y adivinaciones, se metían en una casa cerrada por de dentro, y allí bebían y se emborrachaban hasta perder el juicio y, pasado un día, decían lo que se les preguntaba. También, para este efecto, se untaban en el cuerpo con ciertas unturas. Servían juntamente de declarar cosas perdidas y hurtadas, para hallarlas. De éstos había en muchas partes, y aun en todas, a los cuales acudían los indios y, aun el día de hoy, acuden yanaconas e indias, cuando han perdido alguna cosa de sus amos. Cuando iban al Cuzco al Ynga, o por su llamado les preguntaban lo que les sucedería: si los recibiría bien, si estaba enojado, si volverían presto; y aun lo mesmo hacen el día de hoy, cuando van a pleitos y diferencias suyas a algunos lugares. Los hechiceros, habiendo hablado primero con el demonio en un lugar obscuro y tenebroso, de modo que se oía la voz, pero no se veía quien hablaba y, habiendo hecho mil ceremonias y sacrificios, les respondían que sí o que no, conforme les parecía. Para este efecto usaban de la villca o achama, que dicen, echando el zumo de ella en la chicha o mascándola o tomándola por otra vía, y deste género de adivinar las cosas perdidas no sólo eran viejos, sino viejas y aun mozos. El día de hoy es compasión los engaños que con este medio hacen porque les den algo de comer o vestir. Aunque este oficio le usaron antiguamente indios viejos y pobres, y hoy lo usan, de la misma manera, compelidos de la necesidad. Si algún indio rico y poderoso lo usa, es porque le vino por herencia serlo, y después enriqueció; y esto es certísimo que si el padre fue hechicero y lo tuvo por oficio, el hijo y nietos lo han de ser, porque se lo enseñan muy en secreto; y, si la madre fue hechicera y curaba enfermedades, la hija y nietas la han de imitar de cualquiera manera que sea. En lugar de los sacrificios que antiguamente hacían, llevan agora oro, plata, coca, ropa o comidas, porque, como digo, por herencia lo dejan a sus hijos, y así, si se tiene noticia que el padre y madre fueron hechiceros, se ha de tener cuidado grandísimo en mirar a las manos, como dicen, a sus hijos e hijas y descendientes.

Pues en negocios de mujeres, cuando algún indio se aficiona a alguna y ella le desdeñaba, acudían luego, y aún hoy acuden, a pedir remedio a los hechiceros, o cuando la manceba los quiere dejar. Las mujeres usaban lo mismo.

Otros indios había y aún los hay, que traían consigo una manera de hechizos, que llaman huacanqui, para alcanzar mujeres y aficionarlas, y ellas a los varones. Estos eran huacanquis, hechos de plumas de pájaros o de otras cosas diferentes, conforme a la invención de cada provincia, los cuales también solían poner en la ropa o cama de la persona, que querían aficionar, otros hechizos. También usaban y aún usan de diferentes confacciones y yerbas, para impedir la generación, o para hacerse preñadas las mujeres, conforme tienen la voluntad o las ocasiones.

Suéleles dar una enfermedad de bailar, que llaman taquioncoy. Para curarse de ella, llaman a los hechiceros, y se curaban con ellos con millones de supersticiones, y confesábanse entonces con los hechiceros.

Usaron para saber las cosas venideras, o decir dónde estaba lo que se había perdido, de abrir diversos animales, asaduras y entrañas; miraban los sucesos buenos o malos, respondían respuestas equívocas y las más veces mentirosas, a tiento, como enseñados del diablo, padre de mentiras.